Muy, pero muy rápido desapareció la tierra firme. Y la historia, o sea, el pasado, el presente y el futuro se confundían entre sí.
Quizás no se dio cuenta que la burbuja donde se encontraba lo estaba protegiendo del exterior. Quizás no quería ser protegido.
Tampoco pensaba ya en cuanto tiempo iba a tener que permanecer en ella. Sería el necesario, ni más ni menos.
Se perdió durante quien sabe cuánto tiempo en recuerdos olvidados de su infancia. Saboreó cada minuto con exquisitez. Supuso que esos recuerdos sólo existían en su mente. Y estaba en lo correcto. Ya nadie los tenía presentes, nadie los escribió, y nadie lo haría. Cada minuto de su cabeza se iría consigo a la tumba sin ser recordado.
Extrañamente, esto no lo entristecía, ya que, por un lado, sus recuerdos no merecían ser escritos ni mucho menos. Ningún escritor hubiera vendido una sola novela acerca de su vida, más que con la vida de cualquier otro muchacho de pueblo que se animó a vivir su sueño. Y por otro lado, era un poco celoso de sus recuerdos, y se sentía especial pensando que eran sólo suyos y así seguirían.
Historias, palabras, olores, colores. Todos se fusionaban en retratos indescriptibles. Volaba y se perdía en ellos. Momentáneamente se olvidó de su cárcel invisible y se dejó llevar por la corriente. Flotó dentro de su ser, entre sonrisas tímidas y con una mirada convaleciente pero de ojos bien abiertos. Antes de que las primeras lágrimas lo delataran, estaba llorando. Simplemente llorando.