El Descanso
Tocó una cuerda de mi esencia; Dejó al descubierto mi sensibilidad, mis pensamientos más íntimos. Esto fue lo que sentí apenas vi su obra de arte: un lienzo tiernamente empapado de óleo que retrataba a la perfección mi propia alma.
No pude hacer otra cosa más que enamorarme de la artista cuando pregunté por ella y al fin la vi. Reconocí que su pintura era también una abstracción de sus ojos, un mar de colores dónde podía perderme durante horas.
La conexión fue instantánea y tengo la sospecha de que fue el mismo Dios quien la planeó celosamente planeada desde y para la eternidad. Imagino que imaginó ese momento hasta el último de los detalles y fue claro su objetivo: Dar prueba de su mismísima existencia, ó quizás simplemente haya buscado mi aceptación, de que el infinito, de que la perfección puede existir. Supe que ésta perfección no sólo se da cuando hay dos personas que la conviven, y esas personas reconocen inmediatamente y de forma simultánea esta mística de la que estoy hablando, y quienes nunca la sintieron pretenden llamar amor a primera vista. Ilusos.
Lo supe años después habiendo ya el cielo cedido su lugar en mi mundo y dando paso al infierno en cada momento de mi vida. Los recuerdos del pasado no son más que eso: recuerdos. Su duración es ínfima si los comparamos con el presente, demasiado largo, casi inagotable.
Y el futuro? El futuro nos atraviesa de lado a lado, nos trasciende y se condensa en forma de pasado, donde años enteros pueden resumirse en un vaso de whisky. Los que mejor vivieron se ríen de esta teoría y se jactan que el vaso de whisky es para ellos, doble.
Todavía conservo ese cuadro, que hoy se ha vuelto una lápida para mis sueños adolescentes. Debo soportar sus burlas, verlo mofarse de mí. Me mira envejecer mientras que el conserva intacto el éter de mi juventud, de mi inocencia.
Llevo años planeando deshacerme de esa pintura: pensé en romperlo, tirarlo, quemarlo… ¿Más quién cometería semejante locura, si no un suicida? Me preguntaron algunos porque no lo regalaba. La respuesta la encontré en un vals de Miguel arena, rioplatense y compositor cuando sobre acordes menores sonaba una voz ronca y barítona que rezaba: “Me aferraré a ti Inés, así sea sólo del recuerdo de tu mirada, o del eco del recuerdo de ésta”.
Oscar Wilde nos mostró en su novela que el retrato de Dorian Gray intentó vengarse de su dueño cuando éste lo destruyó. Pero su intento de venganza fue infructuoso, ya que sólo consiguió matar a Dorian, librándolo del peso muerto de pena y dolor que llevaba consigo.
Yo no fui lo suficientemente valiente como para destruir mi cuadro, que guardaba escondido con recelo. Así que tomé la decisión más cobarde y decidí terminar con mi sufrimiento de la manera más sencilla: auto-infligiéndome la muerte.
El retrato siguió igual. En realidad, todo siguió igual. Los verdes se mezclaron con el cielo y sólo se sintió un descanso.